martes, 29 de noviembre de 2011

(Nueva versión. Ya no hay niños, que siempre son un incordio. Los testigos 7, 8 y 9 quedan recortados; no recuerdo muy bien a quien correspondería cada uno: Para Sofía el 1 y la novia, para el policia 2, el 8; y creo el 9 para el de aduanas. Hablamos de ello. En la parte final entre el cura y la hermana, cuando aparece (...) entra el otro personaje.
A ver si esta semana o la que viene podemos ya hacer una lectura de todo.)

Testigo 1: De verdad que se lo digo, señor. Me parece admirable que se quede ahí sentado mirándome hasta que me decida a contarle algo. Sé que es su trabajo y su obligación hacer que yo cuente la verdad o por lo menos hacerme las preguntas necesarias. Pero los dos sabemos muy bien que no necesitaría ninguna excusa para darme una buena hostia en la cara y luego irse al bar a tomar una copa. No me diga que no es así, se lo noto en la cara. Pues ya se lo digo, no se corte conmigo; hágalo. Aplásteme esta nariz fea que tengo de un golpe y luego mándeme a tomar por el culo, porque no le voy a decir ni palabra. Ni una sola palabrita más de lo que ya sabe, nada más de lo que sepa cualquier chiquillo del barrio o cualquier periodista de la ciudad. Hágame caso, tiene cara de necesitar un trago. Nadie le va a mirar mal, ni se lo va a echar en cara después de todo lo que ha pasado ésta noche. Se lo digo yo, que no es ni el primero ni el segundo asesinato que veo. Me acuerdo otra vez que me hicieron venir a declarar a la comisaría, que el detective tenía una botella de ginebra en una mano y el lapicero en la otra. Se lo digo para que no pierda el tiempo: no voy a soltar ni palabrita. A lo mejor, a la noche coincidimos en un bar y si me invita a un trago le digo algo, cualquier detalle sin importancia que a lo mejor a usted le sirve de algo. Pero ahora, aquí, con mi nombre, mi dirección y mi teléfono apuntados en esa fichita que tanto manosea, no le voy a decir ni mu. Y eso que soy muy hablador, ya se habrá dado cuenta. Ande, sea bueno y déjeme marchar. Le dije que no tenía trabajo, pero tengo asuntos de los que preocuparme y ya llevo perdida toda la mañana... No, no me mire de ese modo. No me va a asustar. Me da mucho más miedo lo que me pueda pasar en la calle, que lo que pueda hacerme aquí dentro cualquier bestia con placa. Cree que yo no estoy asustado por lo que le hicieron a ese pobre muchacho. Casi echo toda la papilla, qué barbaridad. Y eso que ya le he dicho que por éste barrio se cargan a uno o dos noche sí y noche también. Pero lo que le hicieron, esa salvajada que habrá tenido que ver más de cerca que yo, le juro por la tumba de mi madre que no lo he visto jamás. Y, ojo, que no digo que no se lo mereciera. A nadie le hacen una cosa así por haber sido un santo... Aunque, ¿eso también lo sabe usted, verdad? Pero lo que le ha tocado es limpiar la mierda. A fin de cuentas lo que hiciera o dejase de hacer ese pobre chico ya no le importa a nadie... Venga, señor, sea bueno y deje que me marche.

Testigo 2, Policía: Agente Herrero, señor... Le han informado bien, es cierto. Yo estoy destinado desde hace tiempo a la zona donde se produjo el altercado. Desde hace mucho tiempo y, si me permite añadirlo, debo de estar haciéndolo muy bien o muy mal, porque no consigo que me trasladen. Por mi nunca hubiese puesto un pie en este barrio, pero una vez dentro intento hacerlo lo mejor que puedo. Y no es nada fácil. Así que si quiere información sobre la zona, sobre las bandas, sobre los narcos, sobre quién compra, quién vende y quién hace algo más, entonces creo que puedo serle de ayuda. Pero a cerca de lo que me ha preguntado no sé nada. Yo libraba esa noche y solo tuve conocimiento del asesinato a la mañana siguiente, cuando me reincorporé a mi puesto. Cualquiera de mis compañeros le podrá aportar más y mejores detalles... En cuanto a su segunda pregunta, le puedo contar que sí conocía al fallecido y también sé a lo que se dedicaba, tanto legal como ilegalmente. Si me permite opinar al respecto, le diré que lo que le hicieron fue una salvajada, que incluso a mi, que estoy acostumbrado, me revolvió el estómago. Pero lo que quiero que sepa y anote en su cuaderno primeramente, es que el muchacho, Miguel Garray, era un buen chico. Con sus cosas buenas y malas, pero como cualquier otro de su misma calle. Todos están criados en la misma escuela, si entiende lo que quiero decir. Si pregunta por la calle se lo podrán confirmar; o más bien no. Si le ven por el barrio nadie despegará los labios ni aunque le arranque las uñas con unas tenazas... Sé lo que me digo, no me pregunte a cerca de nuestro métodos. Pero que esto le sirva para entender que ellos le tienen más miedo a otra gente que a la policía. Tienen sus propios códigos y eso es lo que respetan. Miguel Garray le echó un buen par, otro se habría meado en los pantalones al saber lo que le iban a hacer. Pero no solo fue cuestión de valor y de ahorrar la vergüenza de un cobarde en la familia, la cuestión fue que supo que había hecho mal y que aceptaba que el castigo habría de llegarle como le llegó... No señor, no tengo, no tenemos ninguna idea allá en la comisaría de qué fue exactamente lo que hizo el muchacho. Ya le digo que me lo puedo imaginar. Las opciones son muy pocas en realidad, es un barrio pobre hasta en las posibilidades de delinquir. Pero el hecho exacto, la traición hacia el capo, sin dejar de ser un acto ilegal, pudo ser cualquier cosa. Si consigue que una persona del barrio confíe en usted es posible que pueda saberlo, aunque solo sea para registrar que si alguien pretende hacer algo parecido, la consecuencia será la barbaridad de la que estamos hablando. Aunque ese detalle solo será importante para el informe de la investigación. En la calle le aseguro que ya todo el mundo lo sabe... Bueno, si no necesita nada más de mi, le pido permiso para retornar a mi puesto de trabajo. Mucho gusto en conocerle, señor. Tiene nuestra comisaría a su entera disposición... Siento no poder haberle ayudado con nada más.


Testigo 3, agente de aduanas: Por supuesto que conocía a Miguel Garray. Cruzaba la frontera a diario, como tantos otros. Y, si puedo decir que lo conocía, es porque pertenecía al grupo que era habitualmente cacheado. Puede que usted no esté del todo familiarizado con el modo de trabajar que tenemos en la policía de fronteras. Como sin duda sabrá, por este puesto fronterizo pasan en un sentido y en otro no menos de quinientas mil personas al día. Transporte de mercancía de un país a otro, pero principalmente gente de nuestro lado que trabaja en el norte y gente del norte que viene aquí para divertirse y para hacer negocios más bien dudosos. Pues vera, entre todo este gentío a nosotros nos son impuestas unas cuotas. No solo controlamos, vigilamos y prevenimos, sino que también nos exigen que detengamos a cierto número de criminales al mes y que incautemos drogas y armas. Como comprenderá, y esto se lo digo extraoficialmente, entre colegas, es del todo imposible efectuar tal control. Por lo que nosotros mismos elaboramos listas de criminales y traficantes habituales a los que permitimos obrar libremente hasta que necesitamos de ellos, de su arresto o de la incautación de sus mercancías, para llegar a las cuotas mensuales fijadas y que no podríamos cumplir con el simple trabajo ordinario. Esta es una práctica habitual en las grandes ciudades del norte y en muchas capitales europeas. Tal vez no sea la mejor, pero a nosotros nos facilita mucho nuestro trabajo, y a nuestros superiores y políticos les permite presentar unas buenas estadísticas de actuación ante la opinión pública.
Miguel Garray era uno de esos criminales, tolerados y controlados. Y si bien traficaba para el cártel de la ciudad, como no podía ser de otra forma, digamos que su volumen de negocio no era significativo. No solía llevar armas de fuego, tan solo ocasionalmente, y las cantidades de droga que le encontramos pasando al norte nunca era significativas. En el caso de que las moviera y vendiera, él solo en el norte, podría obtener una buena cantidad de dinero para vivir cómodamente y sin problemas en su barrio. Pero nada más. Por nuestra parte no podemos confirmar ningún otro dato, e igualmente no hemos recibido ninguna información referida a los días previos a su muerte. Durante toda la semana anterior no aparece en los registros de la aduana. Basándome en mi experiencia puedo decirle que lo probable sería que hubiese encontrado otro negocio y otro medio por el que cruzar la frontera. Inmigración ilegal. Es el paso siguiente que suelen dar los muchachos como él. Comprar un gran cargamento de droga o de armas requiere, cómo decirlo, una buena inversión en términos económicos. A los que alguien como Miguel Garray no podía optar. En cambio, sacar unos billetes a un grupo de sureños por pasarlos al otro lado es bien sencillo y barato. Pero la iniciativa nunca gusta a los capos, y lo acaban pagando. Aunque todo esto es solo una suposición.

Testigo 4, anónimo: Hágame el favor y deje quieto el lapicero. Ahora mismo. Si tiene alguna duda al respecto de porqué estoy aquí, hablando con usted, se la voy a resolver. Verá, yo ahora no estoy aquí. Tal cual me oye. Por motivos que se podrá imaginar, para mi es mucho más seguro hablar dentro de la comisaría con usted, que fuera, en la calle. Aquí hago una llamada antes de venir para que los agentes que tenemos a sueldo se encarguen de borrar del registro mi nombre y para que desconecten las cámaras de seguridad. Así que lo que le voy a decir dentro de este cuartito es solo para usted, onli for yur ais, como dicen en el norte.
No se asuste, no estoy aquí para amenazarle, ni nada de eso. Que usted quiere investigar la muerte accidental de un pobre perro como Miguelito, pues hágalo, es su trabajo. Nunca podrá relacionarlo con nadie del narco, porque nadie del narco lo hizo, ja, ja. Fueron los perros, y ya se sabe que un perro callejero no es de nadie. Tampoco nos importa que quiera guardar esto para más adelante, por si algún día cogen a Narciso y lo quieren enjuiciar. No pierda su tiempo ni sus fuerzas en eso. Todos lo sabemos, y él el primero, que antes lo acribillan a balazos que ponerlo ante un juez.
Así que estoy como un simple amigo anónimo para decirle que siga adelante. Solo eso, que investigue la trágica muerte de Miguel Garray. Que siga todas las pistas sin levantar la mirada de ellas. ¿Me entiende? No vaya más allá de donde le digan sus testigos y sus pistas, las que ahora tiene. Es más, creo que le puedo aconsejar que no busque más. ¿Para qué? No va a encontrar nada, le mataron los perros. Esa es una buena idea, busque a todos los perros del barrio y mátelos. Así se hará justicia. Y el resto para usted no existe. Como yo, que no estoy aquí delante hablándole. ¿Me entiende? Sé que me entiende aunque se haga el duro, ¿o lo quiere más claro? Se lo voy a decir mucho más claro, es la ventaja que tengo de saber que en realidad no estoy aquí. Miguel trabajaba para Narciso, solo para él. No sé muy bien qué hacía, pero le conseguía mucho dinero con ello. Donde hay mucho dinero la policía nunca tiene que meter las narices. Y no hablo de dinero de droga, de mujeres o de armas. Hablo de dinero de verdad. Una vez muerto Miguel muchos en el cartel querríamos ocupar su puesto. Hacer lo que él hacía, pero ¿sabe qué? Creo que ninguno los tenemos tan bien puestos como para hacer lo que Miguelito. Usted ya sabe que más o menos todos los meses cruzaba al norte, y al volver se aseguraba de que no le parasen en la aduana. Solo Narciso sabe exactamente a dónde iba, a quien veía y qué traía. Hay gente muy loca y que hace cosas muy raras al otro lado de la frontera, tiene que saberlo.
Pues yo creo que Miguel trataba con los locos más peligrosos de todos, gente mala de verdad. Lo que hacemos aquí, en el sur, no es más que chiquilladas para ellos. No creo que entienda de lo que hablo, se lo digo solo para que se mantenga a un lado. Ya sabe, la muerte de Miguel, los perros, la madre destrozada... ¿Ha oído lo que va contando por ahí su madre? ¿Lo que pasó después de que los perros acabaran con él...? (Ladridos)

Testigo 7: … Entonces fue cuando aparecieron los perros. Los primeros perros llegaron solos, sueltos, pero azuzados antes por alguien. Saltaron sobre Miguel, mordiendo, haciendo sangre. Tres o cuatro al principio. Luego fueron llegando más hombres tirando de correas, dos o tres perros cada uno. Alguno incluso más. Y los fueron soltando contra él. Miguel todavía aguantaba de pie, pero los primeros perros ya habían abierto heridas y el resto se le fue encima como loco. La mayoría parecía perros de pelea, aunque no todos, lo que pasa es que eso era ya una cacería, o más bien una carnicería. No sé decirle cuantos perros pudo haber en total. No estuve mirando todo el tiempo. Me faltó valor para eso y para saltar a ayudar al muchacho. Pero había perros que se peleaban entre si y otros que solo saltaban y aullaban alrededor.
Por entonces Miguel ya se había caído al suelo. Tampoco gritaba. Gritó poco, pero fue porque esos perros saben que donde primero tienen que morder es en el cuello. En un minuto, fue como unos chacales ante un animal muerto... No sé que más contarle... Lo que cuentan que pasó después no lo vi, ya había demasiada gente amontonada, pero no puedo creer lo que dicen.

Testigo 8, Policía: Le voy a contar algo que tal vez crea que es una tontería, pero le aseguro que tiene mucha importancia en su investigación. Narciso Olmos es muy supersticioso. Sé que eso no es una novedad en este país, pero sabemos perfectamente que Narciso no mueve un dedo sin consultar a un adivino, un astrólogo o a un hechicero indígena. Por favor, no se ría, es algo muy serio. En el año en que se apoderó del cartel sabemos que sacrificó semanalmente a una res y que realizó algún tipo de ritual con su sangre. Pero ya le he dicho que ahora está nervioso. Sospechamos que está planeando sacrificios humanos. Recapacítelo, el uso de perros puede ser muy simbólico y con tantos muertos al día, nadie repara mucho en que a uno le falte el corazón o que le hayan arrancado el pelo o los ojos a otro.
Bien, según un informador, Miguel Garray proporcionaba ayuda a Narciso para realizar dichos sacrificios, de los que todavía no hay ninguna evidencia. Pero Miguel también fue víctima de las brujas y las supersticiones. Ya le digo que nunca podrá acusar a Narciso Olmos por su asesinato, a pesar de todos los testigos que le vieron azuzando a los perros.

Testigo 9, pareja de Miguel: Sí señor. Yo estuve con Miguel la noche antes de que esos cabrones lo mataran, pero no soy su novia. Tampoco soy una puta, que quede claro, que luego hay por ahí mucha gente que habla y va diciendo que si la Cata tal, que si la Cata cual... No, no se disculpe, soy yo que tengo mucho pronto y estoy ya cansada de muchas cosas. Además, no hace ni dos días que fuimos a enterrar al pobrecito mío. Lo de fuimos es un decir, ya sabrá usted que no hubo que acompañar mucho al cuerpo hasta el cementerio... ¿Por qué me mira de esa manera? ¿Es que nadie le ha contado lo que pasó con el cadáver de Miguelito después de que se cansaran de él los perros?
Miguel y yo éramos solo amigos. Nos encamábamos de vez en cuando, porque él tenía muy buena cama. Pero nunca me pagó por hacer nada, de vez en cuando algún regalito, nada más. Era generoso y muy buena gente el pobrecito... Y lo mismo que otras veces esa noche la pasamos juntos. Ya por la mañana salió de mis casa, porque tenía que ver al Narciso, y ya no le volví a ver con vida... No, no me contó nada esa noche, no tuvimos tiempo de más, usted ya me entiende. Nunca hablaba conmigo de los negocios que se traía. Solo sé que por la tarde había cruzado desde el norte con alguien, una chica creo, y la había dejado en una pensión. A mi ni me iba ni me venía, la mujer esa, no soy celosa.

Testigo 10, cura: No, señor. Ni tengo nada que ocultarle, ni tengo ningún inconveniente en hablar con usted. Pero deseo que le quede claro que lo encuentro totalmente fuera de lugar y que el señor obispo recibirá puntual noticia de esta conversación informal, o como quiera usted llamarla. Además, no comprendo en qué sentido le puede interesar la investigación que estamos efectuando el padre Rosales y yo. La suya es de un carácter del todo opuesto a la nuestra. Usted tiene que resolver un asesinato y lo que nos encomendó el obispo está relacionado con lo que se dice que aconteció después con el difunto. Por lo que tengo entendido usted ha hablado antes con muchas de las gente a las que nosotros hemos encuestado, así que su información debe de ser mucho mejor que la nuestra. En todo caso, y si me lo permite, sería usted quien debiera de responder a mis cuestiones... No, no lo voy a hacer, pero le juro que con las ganas me quedo de solicitar un salvoconducto al obispado para obtener el permiso.
(...)
A cerca de la pregunta que me hizo. Nadie con quien hayamos hablado nos ha dicho nada sobre la autoría o las causas de la muerte de Miguel Garray. Al decir causas no me refiero a las evidentemente finales. Todo el país ha tenido noticia de la barbaridad a la que fue sometido el muchacho, que no digo que fuera un santo, pero actos así son los que nos dan mala fama fuera de nuestras fronteras. ¡Una jauría de perros hambrientos! Y por desgracia no es una metáfora. Curioso nuestro país, pasamos de los más cruel y escabroso, al milagro. ¿Sabe que casi desde el primer momento hay personas que han proclamado milagro el bulo cruento y macabro? Hay santeros que ya le hacen ofrendas, pero contra esos descarriados, que están fuera de la iglesia, poco podemos hacer.
(...)
Ya ve que bien ridícula y simple es nuestra labor como para que le podamos ayudar. Desmentir un bulo, una habladuría. Nada sucedió, ni pudo suceder con el cadáver de Miguel Garray después de que los canes dieran cuenta de él hasta matarlo. Se me erizan los pelos de solo pensar en ello. ¿De qué modo habría de suceder lo que se asegura? Y, aún cuando pudiera suceder tan imposible suceso, ¿la mano de dios podía estar en él? ¿En los portentos de un delincuente y asesino? Ahí solo puede caber la mano de satanás. Créame, no se ría, le digo. Ya sé que los jóvenes como usted son todos unos descreídos. Un policía que todos los días se enfrenta con el mal y el dolor tenía que ser el primero en aceptar la existencia del maligno.
(...)
Resumiendo, porque supongo que ambos queremos dejar esta conversación que no nos lleva a ninguna parte. Absolutamente nadie en el obispado da ninguna credibilidad a esta leyenda de narcotraficantes, pero por eso mismo hemos sido enviados aquí, para desmentirla. Por lo que a nosotros respecta, a Miguel Garray lo mataron unos perros asalvajados y sus restos ahora reposan en tierra sagrada. Nada más. Ninguna prueba, ni siquiera una foto.
(…)
Dato curioso a tener en cuenta, ahora que prácticamente todo el mundo tiene una camarita incorporada en el celular. Pues ni siquiera una foto que acredite el supuesto portento. ¿Tal vez era lo que usted esperaba? Que alguien nos hubiera mostrado una fotografía que jamás enseñase a la policía por temor a los narcos. Pero no la hay, y le aseguro que la gente de por aquí se muere por demostrar que ha habido un milagro en su calle.

Testigo 11, hermana de Miguel: He venido yo porque no va a venir mi madre, así de claro se lo digo. Y no es que no haya podido venir hoy, es que no piensa acercase nunca más en su vida a un policía, después de lo que dejaron que le pasase a nuestro Miguel. No es nada personal, señor, o a lo mejor sí. Eso ya es cosa suya y de su conciencia, usted sabrá.
(...)
No entiendo para qué necesitan a mi madre. Ella ni sabe ni vio nada. La última vez que vio a su único hijo varón, él iba dentro de una caja de madera, hecho pedazos. Ella no quería venir... no es verdad. Ella quería venir a cagarse en la madre de ustedes por dejar que todos los días pasen cosas como la que le pasó a su hijo. Fui yo quien la convencí para que no interrumpiese su duelo con un gesto que lo único que nos iba a traer era problemas. ¡Cómo pueden ser tan desalmados! Molestar a una pobre vieja, que acaba de enterrar a un hijo. No creo que piensen en nada, ni mucho ni poco, pero tendría que recapacitar sobre lo que hace. Reflexionar acerca de si es bueno o malo a lo que se dedica. ¡Policía!
(...)
Yo sí que le puedo hablar de lo que pasó, y no mi madre. Yo tenía mucha relación con mi hermano. Hablaba con él a menudo, sé de todos sus negocios. Los buenos y los malos. Y también estaba allí el día que lo mataron. Estuve en la calle todo el tiempo, lo vi todo. Él estaba preocupado porque tenía que hablar con el cabrón de don Narciso. Había tenido algún problema con lo último que mi hermano le había traído del norte y Narciso se había puesto como loco, muy nervioso. Miguel me llamó por teléfono la noche antes para que lo acompañase, pero no me dejaron entrar en el bar y lo estuve esperando en la acera. Era casi mediodía, había mucha gente haciendo sus cosas, buenas y malas, y ningún policía como siempre. Nada más entrar mi hermano empezaron los gritos. Hablaban de una mujer, de algo que pasaba con ella. Fue cosa de un par de minutos, luego lo echaron fuera a patadas. Yo intenté ayudarle pero unos matones me agarraron mientras Narciso le daba patadas y le chillaba y le escupía. ¡Ojala se muera!
(...)
Después, como en este barrio son todos unos hijos de puta, la gente hizo corro para ver el espectáculo. Entonces fue cuando soltaron a los perros. Narciso apuesta en las peleas y tiene perros que solo sirven para matar, son peores que los coyotes. Fue peor que la tortura. Yo quería soltarme y no me dejaban, quería ayudar a mi hermano y solo podía verlo desde lejos, entre las cabezas de la chusma que se reía y jaleaba a los putos perros. Algo malo habrá hecho, decían de Miguel los muy cabrones. No sé cuánto tiempo duró eso, los perros encima de mi hermano. A mi me pareció mucho. Miguel hacía mucho que había caído al suelo y ya ni se movía ni gritaba.
Narciso dijo, agarrad a esos perros que ya está muerto, no quiero que coman nada antes de las peleas de por la noche.
Al muy bastardo le daba igual mi hermano, solo le importaba que sus perros siguieran pasando hambre antes de las peleas. Hasta ese momento los matones no me soltaron. El corro se fue deshaciendo, todos iban diciendo que qué barbaridad, pero con cara de haberse divertido un rato.
(...)
Lo que voy a decirle ahora es la pura verdad. Seguro que en estos días mucha gente le ha venido con el cuento y usted no les ha creído. Pero es lo que pasó, yo estaba allí y lo vi.
Vi como mi hermano se levantaba. Me estaba acercando a él. Estaba tirado en el suelo, cubierto de sangre, con la ropa destrozada. No tenía cara, ni pelo, ni manos ni nada. Meterlo en una caja y mirar para otro lado. No sé si entiende lo que quiero decir, pero estaba muerto. Lo estaba pero se levantó. He visto muerta a muchas personas y a veces se les mueve una pierna o se tiran un pedo, pero levantarse del suelo goteando sangre es otra cosa. Aunque hubiera estado vivo no podría haberse movido. No respiraba ni veía, yo estaba a su lado, pasó junto a mi sin mirarme, solo andaba, paso a paso. Despacio pero sin esforzarse. No dio dos pasos y se calló, ni tampoco se fue otra vez para el Narciso, a matarlo, como hay algunos que dicen. Se fue hacia el cementerio, medio kilómetro desde el bar del Narciso. Lo vio muchísima gente, por mucho que digan que no los curas esos. Llegó hasta la reja del cementerio y allí cayó, frío. Solo entonces me atreví a tocarlo a pesar de que lo seguí todo el camino. Sin saber si era verdad o mentira lo que pasaba... Mi hermano es un santo. Eso es lo que pasa.

martes, 15 de noviembre de 2011

Este diálogo sustituye a los textos de los testigos 7, 8 y 9. Creo que era para que lo hicieran Gaite y Sofía.
El resto por ahora no tiene cambios, me gustaría ver una lectura completa el próximo día, como dijimos, para ver que se necesitar modificar.

-Narciso Olmos es muy supersticioso. En la calle dicen que se ha ido de la ciudad. Que está en el norte, que ha decidido dejar el cartel, y las drogas y las putas; que está encerrado en una casa en una montaña esperando a que pase todo, para luego dedicarse a sus empresas.
-Yo no sé nada de Narciso, a mi no me pregunte. Solo sé que arderá en el infierno por lo que le hizo a Miguel.
-Entonces sabes de los trabajos que hacía para él.
-Sé que esa noche había cruzado con la frontera con una chica, una prima suya... Bueno, siempre me decía que eran primas suyas. No soy celosa, no eramos novios, solo nos encamábamos de vez en cuando.
-Pero sí sabes que Narciso hacía sacrificios, que hablaba con chamanes. Lo de que mataba una vaca y bebía su sangre caliente antes de empezar un negocio. Lo hacía delante de la gente para que le tuviese miedo. Todos lo sabían.
-Todos saben muchas cosas de Narciso, si hay alguien que quiera escuchar. Usted ya me entiende. Yo solo puedo decir que esa mañana se levantó temprano y se fue a buscar a la chica para llevarsela a Narciso.
-¿Por qué no me dices la verdad, lo que sabes? Sabes que lo mató Narciso. ¿De qué tienes miedo?
-No tengo miedo. Yo estaba allí.
-Es un asesino. Mata a quien quiere y cuando quiere.
-Él no mató a Miguél, fueron los perros. Unos curas han venido del obispado para hacer un informe de lo que pasó. Si la iglesia está en esto, eso es que hay algo más.
-A Miguel lo mató un capo, pero no sé porqué. Lo que pasa es que en este país a la iglesia le gusta meter la nariz en todo. Rezar un padrenuestro, echar incieso y beber vino. Lo que andan preguntando por ahí esos curas es pura patraña, otra forma de asustar, de aumentar la leyenda de Narciso.
-Le echaron a los perros encima.
-Sabes que no es verdad, que no puede ser.
-Los primeros perros llegaron solos, sueltos, pero azuzados antes por alguien. Saltaron sobre Miguel, mordiendo, haciendo sangre. Tres o cuatro al principio. Luego fueron llegando más hombres tirando de correas, dos o tres perros cada uno. Alguno incluso más. Y los fueron soltando contra él. Miguel todavía aguantaba de pie, pero los primeros perros ya habían abierto heridas y el resto se le fue encima como loco. No sé cuantos pudo haber en total. No estuve mirando todo el tiempo. Me faltó valor para eso y para saltar a ayudarle. Pero había perros que se peleaban entre si y otros que solo saltaban y aullaban alrededor.
Miguel cayó al suelo. Gritó poco, pero fue porque esos perros saben que primero tienen que morder en el cuello. En un minuto, fue como unos chacales ante un animal muerto... No sé que más... Lo que cuentan que pasó después no lo vi, ya había demasiada gente amontonada, pero no puedo creer lo que dicen.

sábado, 29 de octubre de 2011

Enlaces

http://bibliolador.wordpress.com
http://www.rtve.es/alacarta/audios/la-libelula/libelula-radioteatro-teatro-alejandro-ruiz-criado-15-03-10/719112/

viernes, 28 de octubre de 2011

Estoy emocionado

Por fin, gracias a la paciencia y a la ayuda de Sofía y Alejandro (gracias  compañeros) he aprendido a entrar en el blog y dejar una entrada. Os mandaré ahora un correo pero que sepáis o Belugueños que el próximo viernes nos veremos peeeeero ¡Hay deberes! cada uno/a tiene que haber elegido un personaje del narcocorrido para empezar YA a trabajar sobre el tema... Juan Carlos, no te creas que te libras, cuando perfiles tu historia hay que ponerla en marcha ya.
A trabajar ya troncos!!!!!!
Y a divertirse... ya hablaremos de alguna cena también je, je.

viernes, 14 de octubre de 2011

NOTAS PARA UN NARCOCORRIDO

(Al entrar en escena cada personaje sonido de silla arrastrada por el suelo y después rasgueo de lápiz sobre papel mientras habla. Todos los demás efectos en segundo plano respecto a este mientras no se indique lo contrario.)
(En la propuesta hay una mesa, una silla y una lámpara que enfoca a la silla. Cada personaje entra en escena y se comporta en gestos y palabras como si tuviese delante al interrogador, en un juego de presencia-ausencia.)
Testigo 1, anónimo: De verdad que se lo digo, señor. Me parece admirable que se quede ahí sentado mirándome hasta que me decida a contarle algo. Sé que es su trabajo y su obligación hacer que yo cuente la verdad o por lo menos hacerme las preguntas necesarias. Pero los dos sabemos muy bien que no necesitaría ninguna excusa para darme una buena hostia en la cara y luego irse al bar a tomar una copa. No me diga que no es así, se lo noto en la cara. Pues ya se lo digo, no se corte conmigo; hágalo. Aplásteme esta nariz fea que tengo de un golpe y luego mándeme a tomar por el culo, porque no le voy a decir ni palabra. Ni una sola palabrita más de lo que ya sabe, nada más de lo que sepa cualquier chiquillo del barrio o cualquier periodista de la ciudad. Hágame caso, tiene cara de necesitar un trago. Nadie le va a mirar mal, ni se lo va a echar en cara después de todo lo que ha pasado ésta noche. Se lo digo yo, que no es ni el primero ni el segundo asesinato que veo. Me acuerdo otra vez que me hicieron venir a declarar a la comisaría, que el detective tenía una botella de ginebra en una mano y el lapicero en la otra. Se lo digo para que no pierda el tiempo: no voy a soltar ni palabrita. A lo mejor, a la noche coincidimos en un bar y si me invita a un trago le digo algo, cualquier detalle sin importancia que a lo mejor a usted le sirve de algo. Pero ahora, aquí, con mi nombre, mi dirección y mi teléfono apuntados en esa fichita que tanto manosea, no le voy a decir ni mu. Y eso que soy muy hablador, ya se habrá dado cuenta. Ande, sea bueno y déjeme marchar. Le dije que no tenía trabajo, pero tengo asuntos de los que preocuparme y ya llevo perdida toda la mañana... No, no me mire de ese modo. No me va a asustar. Me da mucho más miedo lo que me pueda pasar en la calle, que lo que pueda hacerme aquí dentro cualquier bestia con placa. Cree que yo no estoy asustado por lo que le hicieron a ese pobre muchacho. Casi echo toda la papilla,(sonido de vómito al caer en segundo plano de sonido) qué barbaridad. Y eso que ya le he dicho que por éste barrio se cargan a uno o dos noche sí y noche también. Pero lo que le hicieron, esa salvajada que habrá tenido que ver más de cerca que yo, le juro por la tumba de mi madre que no lo he visto jamás. Y, ojo, que no digo que no se lo mereciera. A nadie le hacen una cosa así por haber sido un santo... Aunque, ¿eso también lo sabe usted, verdad? Pero lo que le ha tocado es limpiar la mierda. A fin de cuentas lo que hiciera o dejase de hacer ese pobre chico ya no le importa a nadie... Venga, señor, sea bueno y deje que me marche.

Testigo 2, Policía: Agente Herrero, señor... Le han informado bien, es cierto. Yo estoy destinado desde hace tiempo a la zona donde se produjo el altercado. Desde hace mucho tiempo y, si me permite añadirlo, debo de estar haciéndolo muy bien o muy mal, porque no consigo que me trasladen. Por mi nunca hubiese puesto un pie en este barrio, pero una vez dentro intento hacerlo lo mejor que puedo. Y no es nada fácil. Así que si quiere información sobre la zona, sobre las bandas, sobre los narcos, sobre quién compra, quién vende y quién hace algo más, entonces creo que puedo serle de ayuda. Pero a cerca de lo que me ha preguntado no sé nada. Yo libraba esa noche y solo tuve conocimiento del asesinato a la mañana siguiente, cuando me reincorporé a mi puesto. Cualquiera de mis compañeros le podrá aportar más y mejores detalles... En cuanto a su segunda pregunta, le puedo contar que sí conocía al fallecido y también sé a lo que se dedicaba, tanto legal como ilegalmente. Si me permite opinar al respecto, le diré que lo que le hicieron fue una salvajada, que incluso a mi, que estoy acostumbrado, me revolvió el estómago. Pero lo que quiero que sepa y anote en su cuaderno primeramente, es que el muchacho, Miguel Garray, era un buen chico. Con sus cosas buenas y malas, pero como cualquier otro de su misma calle. Todos están criados en la misma escuela, si entiende lo que quiero decir. Si pregunta por la calle se lo podrán confirmar; o más bien no. Si le ven por el barrio nadie despegará los labios ni aunque le arranque las uñas con unas tenazas... Sé lo que me digo, no me pregunte a cerca de nuestro métodos. Pero que esto le sirva para entender que ellos le tienen más miedo a otra gente que a la policía. Tienen sus propios códigos y eso es lo que respetan. Miguel Garray le echó un buen par, otro se habría meado en los pantalones al saber lo que le iban a hacer. Pero no solo fue cuestión de valor y de ahorrar la vergüenza de un cobarde en la familia, la cuestión fue que supo que había hecho mal y que aceptaba que el castigo habría de llegarle como le llegó... No señor, no tengo, no tenemos ninguna idea allá en la comisaría de qué fue exactamente lo que hizo el muchacho. Ya le digo que me lo puedo imaginar. Las opciones son muy pocas en realidad, es un barrio pobre hasta en las posibilidades de delinquir. Pero el hecho exacto, la traición hacia el capo, sin dejar de ser un acto ilegal, pudo ser cualquier cosa. Si consigue que una persona del barrio confíe en usted es posible que pueda saberlo, aunque solo sea para registrar que si alguien pretende hacer algo parecido, la consecuencia será la barbaridad de la que estamos hablando. Aunque ese detalle solo será importante para el informe de la investigación. En la calle le aseguro que ya todo el mundo lo sabe... Bueno, si no necesita nada más de mi, le pido permiso para retornar a mi puesto de trabajo. Mucho gusto en conocerle, señor. Tiene nuestra comisaría a su entera disposición... Siento no poder haberle ayudado con nada más.

Testigos 3 y 4, niños: Yo vi todo, señor. Estaba delante, en primera fila, cuando soltaron a los perros. Lo que pasa es que como no soy muy alto, enseguida me pasaron todos por encima y solo podía oír los gritos que daba Miguel y a los perros ladrando.
  • No le haga ningún caso, señor, que todo lo que dice es mentira.
  • Tú qué sabrás. Yo vi a Miguel cuando lo estaban matando.
  • No lo pudiste ver porque estabas conmigo y con otros chicos de nuestra calle... Todos teníamos mucho miedo de lo que estaba pasando. A mi no me da vergüenza decir que los narcos me dan miedo, por que lo que hicieron a Miguel es para que todos les tengamos miedo. Ninguno de los que estaban conmigo, tampoco este mentiroso, pudo ver cuando mataron a Miguel, porque estábamos al final de la calle, casi en la plaza.
  • No le crea, señor, yo sí que estaba allí y le digo que vi a los perros. (Ladridos)
  • Y si vistes a los perros, porqué no le has dicho que oíste los disparos.
  • No hubo ningún disparo. Por eso no he dicho nada. Le echaron a los perros encima y ya está.
  • Eso es mentira, señor. Usted sabe que sí hubo disparos porque ya se lo habrá dicho antes cualquiera. Todos los que estábamos en la calle los oímos, nosotros nos fuimos a la plaza al oírlos y desde allí ya no pudimos ver ni oír nada. Por eso todo lo que le diga éste es mentira.
  • Yo le juro por mi madre, señor, que vi cómo los perros se le echaban encima a Miguel. (Ladridos) No sé quién los soltó porque había muchos hombres y los perros salían de todos los lados y saltaban sobre él y le mordían, pero no sé de quien eran los perros. Había muchos, veinte o treinta, todos muy grandes y con collares de pinchos en el cuello y...
  • Ve como no hace más que decir mentiras. Nadie en el barrio tiene tantos perros ni los lleva con collares de pinchos. Es mentira. A Miguel Garray lo mataron de tres tiros en mi calle. Me lo contó todo mi padre por la noche, después de haberlo escuchado en las noticias, para advertirme de que tenga cuidado con los narcos, para que estudie y encuentre trabajo y pueda irme a vivir a otro barrio.
  • Y luego dice que yo soy un mentiroso. Él no sabe nada, solo sabe lo que le dijo su padre, y todo el barrio sabe que lo que sale en las noticias siempre es mentira. Yo no soy un cobarde como él y no salí corriendo cuando aquellos hombres se echaron encima de Miguel. Él era amigo de mi hermano y yo quería ayudarlo a escapar de los sicarios, pero había tanta gente alrededor suyo que no podía llegar hasta él, y solo pude oír los gritos y a los perros ladrando. Le juro que esa es la verdad, señor.

Testigo 5, agente de aduanas: Por supuesto que conocía a Miguel Garray. Cruzaba la frontera a diario, como tantos otros. Y, si puedo decir que lo conocía, es porque pertenecía al grupo que era habitualmente cacheado. Puede que usted no esté del todo familiarizado con el modo de trabajar que tenemos en la policía de fronteras. (Sonido de agentes hablando a través de una emisora de radio) Como sin duda sabrá, por este puesto fronterizo pasan en un sentido y en otro no menos de quinientas mil personas al día. Transporte de mercancía de un país a otro, pero principalmente gente de nuestro lado que trabaja en el norte y gente del norte que viene aquí para divertirse y para hacer negocios más bien dudosos. Pues vera, entre todo este gentío a nosotros nos son impuestas unas cuotas. No solo controlamos, vigilamos y prevenimos, sino que también nos exigen que detengamos a cierto número de criminales al mes y que incautemos drogas y armas. Como comprenderá, y esto se lo digo extraoficialmente, entre colegas, es del todo imposible efectuar tal control. Por lo que nosotros mismos elaboramos listas de criminales y traficantes habituales a los que permitimos obrar libremente hasta que necesitamos de ellos, de su arresto o de la incautación de sus mercancías, para llegar a las cuotas mensuales fijadas y que no podríamos cumplir con el simple trabajo ordinario. Esta es una práctica habitual en las grandes ciudades del norte y en muchas capitales europeas. Tal vez no sea la mejor, pero a nosotros nos facilita mucho nuestro trabajo, y a nuestros superiores y políticos les permite presentar unas buenas estadísticas de actuación ante la opinión pública.
Miguel Garray era uno de esos criminales, tolerados y controlados. Y si bien traficaba para el cártel de la ciudad, como no podía ser de otra forma, digamos que su volumen de negocio no era significativo. No solía llevar armas de fuego, tan solo ocasionalmente, y las cantidades de droga que le encontramos pasando al norte nunca era significativas. En el caso de que las moviera y vendiera, él solo en el norte, podría obtener una buena cantidad de dinero para vivir cómodamente y sin problemas en su barrio. Pero nada más. Por nuestra parte no podemos confirmar ningún otro dato, e igualmente no hemos recibido ninguna información referida a los días previos a su muerte. Durante toda la semana anterior no aparece en los registros de la aduana. Basándome en mi experiencia puedo decirle que lo probable sería que hubiese encontrado otro negocio y otro medio por el que cruzar la frontera. Inmigración ilegal. Es el paso siguiente que suelen dar los muchachos como él. Comprar un gran cargamento de droga o de armas requiere, cómo decirlo, una buena inversión en términos económicos. A los que alguien como Miguel Garray no podía optar. En cambio, sacar unos billetes a un grupo de sureños por pasarlos al otro lado es bien sencillo y barato. Pero la iniciativa nunca gusta a los capos, y lo acaban pagando. Aunque todo esto es solo una suposición.

Testigo 6, anónimo: Hágame el favor y deje quieto el lapicero. Ahora mismo. Si tiene alguna duda al respecto de porqué estoy aquí, hablando con usted, se la voy a resolver. Verá, yo ahora no estoy aquí. Tal cual me oye. Por motivos que se podrá imaginar, para mi es mucho más seguro hablar dentro de la comisaría con usted, que fuera, en la calle. Aquí hago una llamada antes de venir para que los agentes que tenemos a sueldo se encarguen de borrar del registro mi nombre y para que desconecten las cámaras de seguridad. Así que lo que le voy a decir dentro de este cuartito es solo para usted, onli for yur ais, como dicen en el norte.
No se asuste, no estoy aquí para amenazarle, ni nada de eso. Que usted quiere investigar la muerte accidental de un pobre perro como Miguelito, pues hágalo, es su trabajo. Nunca podrá relacionarlo con nadie del narco, porque nadie del narco lo hizo, ja, ja. Fueron los perros, y ya se sabe que un perro callejero no es de nadie. Tampoco nos importa que quiera guardar esto para más adelante, por si algún día cogen a Narciso y lo quieren enjuiciar. No pierda su tiempo ni sus fuerzas en eso. Todos lo sabemos, y él el primero, que antes lo acribillan a balazos que ponerlo ante un juez.
Así que estoy como un simple amigo anónimo para decirle que siga adelante. Solo eso, que investigue la trágica muerte de Miguel Garray. Que siga todas las pistas sin levantar la mirada de ellas. ¿Me entiende? No vaya más allá de donde le digan sus testigos y sus pistas, las que ahora tiene. Es más, creo que le puedo aconsejar que no busque más. ¿Para qué? No va a encontrar nada, le mataron los perros. Esa es una buena idea, busque a todos los perros del barrio y mátelos. Así se hará justicia. Y el resto para usted no existe. Como yo, que no estoy aquí delante hablándole. ¿Me entiende? Sé que me entiende aunque se haga el duro, ¿o lo quiere más claro? Se lo voy a decir mucho más claro, es la ventaja que tengo de saber que en realidad no estoy aquí. Miguel trabajaba para Narciso, solo para él. No sé muy bien qué hacía, pero le conseguía mucho dinero con ello. Donde hay mucho dinero la policía nunca tiene que meter las narices. Y no hablo de dinero de droga, de mujeres o de armas. Hablo de dinero de verdad. Una vez muerto Miguel muchos en el cartel querríamos ocupar su puesto. Hacer lo que él hacía, pero ¿sabe qué? Creo que ninguno los tenemos tan bien puestos como para hacer lo que Miguelito. Usted ya sabe que más o menos todos los meses cruzaba al norte, y al volver se aseguraba de que no le parasen en la aduana. Solo Narciso sabe exactamente a dónde iba, a quien veía y qué traía. Hay gente muy loca y que hace cosas muy raras al otro lado de la frontera, tiene que saberlo.
Pues yo creo que Miguel trataba con los locos más peligrosos de todos, gente mala de verdad. Lo que hacemos aquí, en el sur, no es más que chiquilladas para ellos. No creo que entienda de lo que hablo, se lo digo solo para que se mantenga a un lado. Ya sabe, la muerte de Miguel, los perros, la madre destrozada... ¿Ha oído lo que va contando por ahí su madre? ¿Lo que pasó después de que los perros acabaran con él...? (Ladridos)

Testigo 7, anónimo: … El capo, yo le llamaré capo solamente. Usted sabrá o no sabrá quién es. Eso es ya asunto suyo, pero yo solo le voy a llamar capo. La gente del barrio ha hablado mucho del suceso en estos días. Si para a cualquiera por la calle y le pregunta, le contará todo con pelos y señales. Se lo contará como si ellos mismos hubieran estado en primera línea todo el tiempo, y eso es imposible. Solo Miguel Garray podría contar todo lo que sucedió, y él ya no va a poder hacerlo. Por lo que he oído por ahí, podría decirle a usted lo que pasó antes y lo que pasó después. Pero ni lo vi, ni puedo creer en todo lo que se habla, así que le contaré solo lo que mis ojos vieron sin ninguna duda.
Yo estaba en la calle, sentado, hablando con unos amigos de los cuales no diré el nombre, cuando se escuchó ruido de bronca en el bar donde acostumbra a estar el capo a esa horas. Normalmente hay jaleo y no le presté mucha atención, pero después de un par de minutos vi salir por la puerta a Miguel. Cayó al suelo y detrás salieron unos cuantos hombres que lo golpearon y lo empujaron hasta el medio de la calle. Desde dentro del bar se oía al capo diciendo algo, no se entendía el qué, pero sonaba a juramentos. Luego apareció en el quicio de la puerta y los hombres dejaron de pegarlo. Todos nos callamos y miramos para ver lo que iba a pasar. Porque algo malo pasaría. El capo se dio cuenta de que en ese momento había demasiada gente en la calle para hacer lo que quería. Lo lógico hubiese sido que todo mirásemos para otro lado, para que él le hubiera podido pegar un par de tiros y acabar con ello. Yo pienso que eso habría sido lo mejor. Pero ninguno pestañeamos siquiera y el capo tenía que cargarse a Miguel, las razones son cosa suya, señor. Algo habría hecho mal el muchacho.
El capo se quedó como pensando, sin decir nada. Y entonces fue cuando aparecieron los perros. (Ladridos) No trato de exculparlo, pero él no abrió la boca. Los primeros perros llegaron solos, sueltos, pero azuzados antes por alguien. Saltaron sobre Miguel, mordiendo, haciendo sangre. Tres o cuatro al principio. Luego fueron llegando más hombres tirando de correas, dos o tres perros cada uno. Alguno incluso más. Y los fueron soltando contra él. Miguel todavía aguantaba de pie, pero los primeros perros ya habían abierto heridas y el resto se le fue encima como loco. La mayoría parecía perros de pelea, aunque no todos, lo que pasa es que eso era ya una cacería, o más bien una carnicería. (Sonido de perros peleando, arrancando carne, ladridos hasta el final) No sé decirle cuantos perros pudo haber en total. No estuve mirando todo el tiempo. Me faltó valor para eso y para saltar a ayudar al muchacho. Pero había perros que se peleaban entre si y otros que solo saltaban y aullaban alrededor.
Por entonces Miguel ya se había caído al suelo. (Golpe seco contra un suelo de polvo) Tampoco gritaba. Gritó poco, pero fue porque esos perros saben que donde primero tienen que morder es en el cuello. En un minuto, fue como unos chacales ante un animal muerto... No sé que más contarle... Lo que cuentan que pasó después no lo vi, ya había demasiada gente amontonada, pero no puedo creer lo que dicen.

Testigo 8, agente federal: Narciso Olmos es un hombre muy particular. La información que se tiene normalmente de él es la que se puede sacar de cualquier periódico. Capo del cartel que tiene su núcleo en el paso fronterizo. Tiene bastante influencia a los dos lados de la línea, pero como es lógico, es mucho más cauto y discreto cuando actúa en el norte. A pesar de ellos, en los últimos años ha creado a través de distintas sociedades una serie de empresas aparentemente legales y ha comprado diversos inmuebles. Esto puede deberse a un blanqueo de dinero o a que tenga previsto pasarse a los negocios legales y ceder el control del cartel a alguno de sus lugartenientes. Con todo, el montante básico de sus ingresos procede de las drogas, las armas y la prostitución. Eso es todo lo que habitualmente se sabe de él.
Supongo que es todo lo que también usted sabía hasta ahora, cuando lo ha conocido por un asesinato que jamás le podrá imputar. Si a pesar de esto le ofrezco mi ayuda es porque así abro nuevos frentes a Narciso, que pueden ser provechosos en el futuro.
Ahora empezaré con lo que no sabe. Narciso Olmos es una persona inteligente. Sabe que todo lo que tiene lo recibió por pura suerte. Él no era más que un don nadie hace quince años, no era un narcotraficante ni un sicario como le gusta que se crea. (Disparos) Era un simple lamesuelas al que las distintas guerras entre narcos fueron encumbrando poco a poco de modo casual. Nadie consideró que mereciera la pena gastar una bala con él, así que unos y otros le abrieron el camino. Pero no se creyó importante por ello, aprendió que de la misma forma que le llegó se lo acabarían quitando. Lleva ya mucho tiempo arriba y puede que por eso esté buscando crear un entramado legal con el que dejar el negocio. Es muy posible que esté iniciando esa mudanza ahora y a parte de que sería nuestra última oportunidad de cogerlo, es también más vulnerable. Sabemos que está nervioso, el cargarse a ese muchacho Garray con los perros es una evidencia clara de su estado.
Le voy a contar algo que tal vez crea que es una tontería, pero le aseguro que tiene mucha importancia en su investigación. Narciso Olmos es muy supersticioso. Sé que eso no es una novedad en este país, pero sabemos perfectamente que Narciso no mueve un dedo sin consultar a un adivino, un astrólogo o a un hechicero indígena. Por favor, no se ría, es algo muy serio. En el año en que se apoderó del cartel sabemos que sacrificó semanalmente a una res (mugido) y que realizó algún tipo de ritual con su sangre (Chapoteo). Pero ya le he dicho que ahora está nervioso. Sospechamos que está planeando sacrificios humanos. Recapacítelo, el uso de perros puede ser muy simbólico y con tantos muertos al día, nadie repara mucho en que a uno le falte el corazón o que le hayan arrancado el pelo o los ojos a otro.
Bien, según un informador, Miguel Garray proporcionaba ayuda a Narciso para realizar dichos sacrificios, de los que todavía no hay ninguna evidencia. Pero Miguel también fue víctima de las brujas y las supersticiones. Ya le digo que nunca podrá acusar a Narciso Olmos por su asesinato, a pesar de todos los testigos que le vieron azuzando a los perros.

Testigo 9, pareja de Miguel Garray: Sí señor. Yo estuve con Miguel la noche antes de que esos cabrones lo mataran, pero no soy su novia. Tampoco soy una puta, que quede claro, que luego hay por ahí mucha gente que habla y va diciendo que si la Cata tal, que si la Cata cual... No, no se disculpe, soy yo que tengo mucho pronto y estoy ya cansada de muchas cosas. Además, no hace ni dos días que fuimos a enterrar al pobrecito mío. Lo de fuimos es un decir, ya sabrá usted que no hubo que acompañar mucho al cuerpo hasta el cementerio... ¿Por qué me mira de esa manera? ¿Es que nadie le ha contado lo que pasó con el cadáver de Miguelito después de que se cansaran de él los perros? No me lo puedo creer, si la gente no habla de otra cosa. La radio, la televisión... Ah, ya sé lo que le pasa, que no se lo cree. Usted es de los que tienen que ver para creer. No se lo echo en cara, si me lo contaran, si no hubiese conocido a Miguel, yo tampoco me lo creería. Pero lo vio mucha gente, y además dicen que desde ese día el Narciso está desaparecido, que cruzó al frontera o que se ha escondido en una casa de la sierra. Y no es uno al que le entre el miedo porque sí, que todos en la calle saben lo fácil que tiraba de pistola y cuchillo cuando era joven. Pero, bueno, es lógico que usted no crea todo lo que dice la gente, es su trabajo... ¿Sabe que desde el obispado también están investigando lo que pasó? Lo del asesinato no, lo otro. Han mandado a dos curas muy bien vestidos al barrio y por ahí andan, preguntando a la gente por lo que pasó con el cadáver... Perdone, perdone. Ya sé que me he ido un poco por las ramas. No es esto lo que me preguntó...
Miguel y yo éramos solo amigos. Nos encamábamos de vez en cuando, porque él tenía muy buena cama. Pero nunca me pagó por hacer nada, de vez en cuando algún regalito, nada más. Era generoso y muy buena gente el pobrecito... Y lo mismo que otras veces esa noche la pasamos juntos. Ya por la mañana salió de mis casa, porque tenía que ver al Narciso, y ya no le volvía ver con vida... No, no me contó nada esa noche, no tuvimos tiempo de más, usted ya me entiende. Nunca hablaba conmigo de los negocios que se traía. Solo sé que por la tarde había cruzado desde el norte con alguien, una chica creo, y la había dejado en una pensión. A mi ni me iba ni me venía, la mujer esa, no soy celosa. Tampoco pregunté nada cuando me explicó que iba a recogerla antes ir a ver a Narciso. Pero saber, no sé nada. A lo mejor la muchacha era una norteña a la que había ayudado a cruzar porque la policía la buscaba, a veces pasa. O era una novia o una prima lejana. No sé porqué le he hablado antes del señor Narciso, cuando no tengo ni idea. Puedo decir muchas cosas malas de ese hombre, como que echó a Miguelito a los perros y que por eso arderá en el infierno, pero si vendía droga o si engañaba a chiquillas de aquí para que hiciesen de putas en el norte, eso yo no lo puedo saber.

Testigo 10, cura: No, señor. Ni tengo nada que ocultarle, ni tengo ningún inconveniente en hablar con usted. Pero deseo que le quede claro que lo encuentro totalmente fuera de lugar y que el señor obispo recibirá puntual noticia de esta conversación informal, o como quiera usted llamarla. Además, no comprendo en qué sentido le puede interesar la investigación que estamos efectuando el padre Rosales y yo. La suya es de un carácter del todo opuesto a la nuestra. Usted tiene que resolver un asesinato y lo que nos encomendó el obispo está relacionado con lo que se dice que aconteció después con el difunto. Por lo que tengo entendido usted ha hablado antes con muchas de las gente a las que nosotros hemos encuestado, así que su información debe de ser mucho mejor que la nuestra. En todo caso, y si me lo permite, sería usted quien debiera de responder a mis cuestiones... No, no lo voy a hacer, pero le juro que con las ganas me quedo de solicitar un salvoconducto al obispado para obtener el permiso.
A cerca de la pregunta que me hizo. Nadie con quien hayamos hablado nos ha dicho nada sobre la autoría o las causas de la muerte de Miguel Garray. Al decir causas no me refiero a las evidentemente finales. Todo el país ha tenido noticia de la barbaridad a la que fue sometido el muchacho, que no digo que fuera un santo, pero actos así son los que nos dan mala fama fuera de nuestras fronteras. ¡Una jauría de perros hambrientos! Y por desgracia no es una metáfora. Curioso nuestro país, pasamos de los más cruel y escabroso, al milagro. ¿Sabe que casi desde el primer momento hay personas que han proclamado milagro el bulo cruento y macabro? Hay santeros que ya le hacen ofrendas, pero contra esos descarriados, que están fuera de la iglesia, poco podemos hacer.
Ya ve que bien ridícula y simple es nuestra labor como para que le podamos ayudar. Desmentir un bulo, una habladuría. Nada sucedió, ni pudo suceder con el cadáver de Miguel Garray después de que los canes dieran cuenta de él hasta matarlo. Se me erizan los pelos de solo pensar en ello. ¿De qué modo habría de suceder lo que se asegura? Y, aún cuando pudiera suceder tan imposible suceso, ¿la mano de dios podía estar en él? ¿En los portentos de un delincuente y asesino? Ahí solo puede caber la mano de satanás. Créame, no se ría, le digo. Ya sé que los jóvenes como usted son todos unos descreídos. Un policía que todos los días se enfrenta con el mal y el dolor tenía que ser el primero en aceptar la existencia del maligno.
Resumiendo, porque supongo que ambos queremos dejar esta conversación que no nos lleva a ninguna parte. Absolutamente nadie en el obispado da ninguna credibilidad a esta leyenda de narcotraficantes, pero por eso mismo hemos sido enviados aquí, para desmentirla. Por lo que a nosotros respecta, a Miguel Garray lo mataron unos perros asalvajados y sus restos ahora reposan en tierra sagrada. Nada más. Ninguna prueba, ni siquiera una foto. Dato curioso a tener en cuenta, ahora que prácticamente todo el mundo tiene una camarita incorporada en el celular. Pues ni siquiera una foto que acredite el supuesto portento. ¿Tal vez era lo que usted esperaba? Que alguien nos hubiera mostrado una fotografía que jamás enseñase a la policía por temor a los narcos. Pero no la hay, y le aseguro que la gente de por aquí se muere por demostrar que ha habido un milagro en su calle.

Testigo 11, hermana de Miguel: He venido yo porque no va a venir mi madre, así de claro se lo digo. Y no es que no haya podido venir hoy, es que no piensa acercase nunca más en su vida a un policía, después de lo que dejaron que le pasase a nuestro Miguel. No es nada personal, señor, o a lo mejor sí. Eso ya es cosa suya y de su conciencia, usted sabrá.
No entiendo para qué necesitan a mi madre. Ella ni sabe ni vio nada. La última vez que vio a su único hijo varón, él iba dentro de una caja de madera, hecho pedazos (Ladridos). Ella no quería venir... no es verdad. Ella quería venir a cagarse en la madre de ustedes por dejar que todos los días pasen cosas como la que le pasó a su hijo. Fui yo quien la convencí para que no interrumpiese su duelo con un gesto que lo único que nos iba a traer era problemas. ¡Cómo pueden ser tan desalmados! Molestar a una pobre vieja, que acaba de enterrar a un hijo. No creo que piensen en nada, ni mucho ni poco, pero tendría que recapacitar sobre lo que hace. Reflexionar acerca de si es bueno o malo a lo que se dedica. ¡Policía!
Yo sí que le puedo hablar de lo que pasó, y no mi madre. Yo tenía mucha relación con mi hermano. Hablaba con él a menudo, sé de todos sus negocios. Los buenos y los malos. Y también estaba allí el día que lo mataron. Estuve en la calle todo el tiempo, lo vi todo. Él estaba preocupado porque tenía que hablar con el cabrón de don Narciso. Había tenido algún problema con lo último que mi hermano le había traído del norte y Narciso se había puesto como loco, muy nervioso. Miguel me llamó por teléfono la noche antes para que lo acompañase, pero no me dejaron entrar en el bar y lo estuve esperando en la acera. Era casi mediodía, había mucha gente haciendo sus cosas, buenas y malas, y ningún policía como siempre. Nada más entrar mi hermano empezaron los gritos. Hablaban de una mujer, de algo que pasaba con ella. Fue cosa de un par de minutos, luego lo echaron fuera a patadas. Yo intenté ayudarle pero unos matones me agarraron mientras Narciso (golpes) le daba patadas y le chillaba y le escupía. ¡Ojala se muera! Después, como en este barrio son todos unos hijos de puta, la gente hizo corro para ver el espectáculo. Entonces fue cuando soltaron a los perros (Ladridos en primer plano de sonido). Narciso apuesta en las peleas y tiene perros que solo sirven para matar, son peores que los coyotes. Fue peor que la tortura. Yo quería soltarme y no me dejaban, quería ayudar a mi hermano y solo podía verlo desde lejos, entre las cabezas de la chusma que se reía y jaleaba a los putos perros. Algo malo habrá hecho, decían de Miguel los muy cabrones. No sé cuánto tiempo duró eso, (Ladridos y mordiscos) los perros encima de mi hermano. A mi me pareció mucho. Miguel hacía mucho que había caído al suelo y ya ni se movía ni gritaba.
Narciso dijo, agarrad a esos perros que ya está muerto, no quiero que coman nada antes de las peleas de por la noche.
Al muy bastardo le daba igual mi hermano, solo le importaba que sus perros siguieran pasando hambre antes de las peleas. Hasta ese momento los matones no me soltaron. El corro se fue deshaciendo, todos iban diciendo que qué barbaridad, pero con cara de haberse divertido un rato.
Lo que voy a decirle ahora es la pura verdad. Seguro que en estos días mucha gente le ha venido con el cuento y usted no les ha creído. Pero es lo que pasó, yo estaba allí y lo vi.
Vi como mi hermano se levantaba. (Sonido de pedazos de carne moviéndose, que continua hasta el final del párrafo) Me estaba acercando a él. Estaba tirado en el suelo, cubierto de sangre, con la ropa destrozada. No tenía cara, ni pelo, ni manos ni nada. Meterlo en una caja y mirar para otro lado. No sé si entiende lo que quiero decir, pero estaba muerto. Lo estaba pero se levantó. He visto muerta a muchas personas y a veces se les mueve una pierna o se tiran un pedo, pero levantarse del suelo goteando sangre es otra cosa. Aunque hubiera estado vivo no podría haberse movido. No respiraba ni veía, yo estaba a su lado, pasó junto a mi sin mirarme, solo andaba, paso a paso. Despacio pero sin esforzarse. No dio dos pasos y se calló, ni tampoco se fue otra vez para el Narciso, a matarlo, como hay algunos que dicen. Se fue hacia el cementerio, medio kilómetro desde el bar del Narciso. Lo vio muchísima gente, por mucho que digan que no los curas esos. Llegó hasta la reja del cementerio y allí cayó (Golpe contra el suelo), frío. Solo entonces me atreví a tocarlo a pesar de que lo seguí todo el camino. Sin saber si era verdad o mentira lo que pasaba... Mi hermano es un santo. Eso es lo que pasa.

Alejandro Ruiz Criado

domingo, 9 de octubre de 2011

Comenzamos.

Muy bien chicos, ya sabéis que hacer. Os dejo todos los correos electrónicos a continuación para que cada uno este al tanto de todo.


Sofia: sofia_rodrigez22@hotmail.com
Daniel: danielrules@gmail.com
Juan Carlos: jcarija@gmail.com
Laura: miromichu@hotmail.com
Alejandro: arcac@hotmail.es
Gaite: aguaturbiart@gmail.com
rebeca: becky_zanguelia@hotmail.com

La direccion web directa es:  http://teatrerillos.blogspot.com/
Y para acceder a ella es con cuenta gmail desde google: Teatrerosdebar@gmail.com, con su contraseña de "teatreros".


 Vamos a empezar ya!!!!